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Neurobiología de la Agresión

Dra. Dení del Carmen Alvarez Icaza González
Residente de segundo año del INPRFM









La agresión debe ser entendida como una conducta social compleja de un ser vivo con el objetivo de causar daño a otro individuo.

Las respuestas agresivas se presentan principalmente bajo dos condiciones: por una parte, la exposición a estímulos que se consideran nocivos o potencialmente peligrosos (sea en forma natural, o bien por aprendizaje). En este caso la conducta tiene una función defensiva. Por otra, la frustración (cuando una conducta se lleva a cabo con el fin de alcanzar una recompensa y ésta no se obtiene).

En las situaciones en que no es posible reconocer un estímulo externo que condicione la agresión, y aun así se presenta, se puede considerar que el motivo que condiciona dichas actitudes no son el miedo ni la frustración. Por el contrario, responden a la obtención de una recompensa o una sensación placentera.

El sustrato neurobiológico de la agresión está íntimamente relacionado con los sistemas que permiten a los individuos experimentar miedo y placer.

Al igual que otras de las conductas básicas de supervivencia, el componente neurobiológico de la agresión en el ser humano y otros animales, se ubica en el sistema límbico. En el caso de la agresión reactiva, existe un circuito que corre por la estría terminal desde la amígdala medial hasta el hipotálamo medial, y de ahí hacia la sustancia gris periacueductal. Este circuito se encuentra regulado tanto por la amígdala como por algunas regiones de la corteza prefrontal, entre las que destacan la corteza medial y la corteza orbitofrontal. Para que las conductas agresivas sean orientadas y completas, es necesario que estas estructuras cerebrales funcionen adecuadamente.

La agresión reactiva es frecuente en aquellos individuos con lesiones en la corteza prefrontal, derivadas de algún traumatismo o por lo presencia de un foco epiléptico. Esta asociación ha sido confirmada por una serie de estudios de neuroimagen que muestran cómo los sujetos con agresión impulsiva tienen una menor irrigación sanguínea en la corteza prefrontal.

El rol de la corteza orbitofrontal en la modulación de las respuestas agresivas es fundamental. Esta área de la corteza frontal se encuentra vinculada con el registro de las respuestas o recompensas que obtenemos del medio. Por ejemplo, ante condiciones de frustración, la corteza orbitofrontal libera el circuito subcortical de la agresión, descrito con anterioridad. Además de esta función, la corteza orbito frontal permite al individuo responder a los estímulos de acuerdo al contexto social en el que estos se presentan. Dicha capacidad depende de el lenguaje social sea adecuadamente interpretado.

Los datos antes mencionados son congruentes con los resultados de algunos estudios realizados en pacientes con daño en la corteza orbitofrontal, pues estos sujetos tienen una capacidad limitada para identificar adecuadamente las expresiones de enojo en otros individuos y tienen deficiencias al momento de pedirles que reconozcan situaciones sociales que son potencialmente incómodas o peligrosas.

Bases biológicas de la agresión instrumental

La agresión instrumental es una acción dirigida. Las estructuras que se activan al ejecutarse este tipo de agresión son las mismas que se reclutan para ejecutar cualquier tarea motora compleja (la corteza temporal; el área promotora y motora de la corteza frontal, y los ganglios basales, entre otras). Si al realizar esta acción el individuo alcanza algún tipo de recompensa entonces es más probable que en futuro vuelva a presentar esta misma conducta.

El aprendizaje social depende en gran medida de el individuo relacione sensaciones desagradables con las conductas “indeseables” o negativas para la sociedad. Este aprendizaje se da por la asociación que los individuos hacen entre un acto y un castigo o por los sentimientos negativos que normalmente se despiertan en un individuo cuando ve sufrir a otra persona.

La amígdala es una de las estructuras más relacionadas con este proceso de aprendizaje, ya que permite darle a los estímulos un contenido emocional. En 1996 Morris y cols.

realizaron un estudio en el cual muestran como ambas amígdalas, principalmente la izquierda, se activan cuando un sujeto observa en el rostro de otro expresiones de miedo y/o tristeza.

Neurotransmisores


Son numerosos los neurotransmisores y neuromoduladores que se considera intervienen en la regulación de las conductas agresivas. Entre estos mediadores químicos destacan la serotonina y el GABA.

En los seres humanos existen varios estudios que demuestran una relación entre los niveles bajos de ácido 5-hidroxindoleacético (el principal metabolito de la serotonina) en el líquido cefalorraquídeo y las conductas impulsivas (incluyendo la agresión reactiva heterodirigida y la conducta suicida). La depleción de triptofano (un aminoácido esencial, que es necesario para la síntesis de serotonina) predispone a los sujetos a presentar conductas agresivas. La restitución de este aminoácido revierte esta predisposición.

Al parecer los efectos que el triptofano ejerce sobre la conducta agresiva son mediados en parte por el receptor 5HT1A (un receptor que actúa fundamentalmente a nivel presinático), pues en el grupo de sujetos que cuya conducta agresiva se relaciona con los niveles de este aminoácido se han demostrado anormalidades en el función del receptor 5HT1A. Los estudios genéticos con ratones knock out para el 5HT1B  (es decir, modelos animales donde un gen ha sido eliminado del DNA) reportan mayor frecuencia de conductas agresivas. Esta observación apoya la idea de que estos receptores a serotonina también juegan un papel importante en la regulación de las conductas agresivas.

En gatos en los que se destruyen selectivamente las neuronas serotinérgicas de los núcleos del rafé se observa un incremento importante en la agresividad impulsiva. Tanto el 5HT1A como el 5HT1B actúan como receptores presinápticos en las neuronas de estos núcleos, y su papel parece fundamental para mantener una adecuada actividad serotoninérgica.

En los experimentos in vitro el etanol y otros sustancias (como las benzodiacepinas) aumentan el flujo de Cl- a través del canal iónico del receptor GABAA potenciando la acción inhibitoria que el GABA tiene en la neurona postsináptica. El empleo de  alcohol y benzodiacepinas se ha asociado en forma consistente con un incremento en la agresión. En forma interesente estas sustancias parecen afectar el funcionamiento de la corteza orbitofrontal lateral (región que presumiblemente está relacionada con el control de los impulsos agresivos). Además la administración de estos agonistas gabaérgicos disminuye en los sujetos la capacidad de reconocer en otros rostros expresiones de enojo.

En conclusión tanto la serotonina como el GABA parecen modular la agresión reactiva. Mientras que la serotonina suprime las respuestas agresivas de tipo reactivo, el GABA las facilita. Ambos neurotransmisores tienen efecto únicamente en las conductas agresivas de tipo impulsivo.

Los neurotransmisores que intervienen en los actos agresivos de tipo instrumental parecen ser diferentes. Desde el punto de vista neurobiológico se espera que los neurotransmisores que regulan la ejecución de este tipo de agresión sean los mismos que median otras conductas dirigidas. La noradrenalina podría participar en algún grado en el ejercicio de la agresión premeditada.  La inervación noradrenérgica de la amígdala se considera necesaria para los procesos de memoria emocional.  Los sujetos a los que se administra propanolol (un antagonista B adrenérgico) muestran déficits en el reconocimiento de expresiones de tristeza en otros individuos. Como ya se mencionó anteriormente, la amígdala es una de las estructuras cuyas funciones se sospecha están alteradas en la psicopatía, principalmente aquellas relacionadas con el asignación de carga emocional a los estímulos sociales.


Bibliografía




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Lecturas Recomendadas




  • Cannon W. B. The James – Lange theory of emotions: a critical examination and alternative theory. American Journal of Psychology. 1927. 39: 106-124.

  • Barratt, E.S., et al. Impulsive and premeditated aggression: a factor analysis of self reported acts. Psychiatry Research. 1999. 86 (2): 163-173.

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